A causa de la sequía Guayaquil
recibió hace poco a una nutrida delegación de puneños que llegaron muy orondos
y desfilaron con macabras osamentas de ganado, en protesta por la falta de
apoyo gubernamental, ya que, de seguir negándonos San Pedro sus famosas
lágrimas, la Isla Puna perderá la poca vegetación que le queda y los Santos y
los Pérez tendrán que buscar mejores oportunidades de vida en otros parajes.
(1)
Yo presencié el espeluznante
desfile cuando se encaminaba a la gobernación y confieso que me entró pánico;
creí que repetirían con el primer mandatario de la nación lo que hicieron los
nativos en 1541 al obispo Vicente Valvcrde, a quien se lo comieron vivo, en
desquite por los abusos cometidos meses antes, al destruirles la colosal
estatua de piedra que simbolizaba al Dios Tumbal, supremo hacedor espiritual de
la antigua cultura Puna; pero, no, parece que en esta ocasión no tuvieron malas
intenciones y sólo se contentaron con solicitar ayuda para superar la crisis.
FRAY VICENTE POR DENTRO
Español de nacimiento y nativo de
la Villa de Oropesa en Toledo, fue un niño modelo en el hogar de sus padres, un
par de honestos campesinos llamados Francisco de Valverde y María Alvarez
Vallejeda y Toledo y por buenito entró de escasos años a seguir estudios religiosos
en el Convento dominicano de San Esteban, cerca de Salamanca, donde profesó el
23 de abril de 1524. Poco tiempo después vino a Panamá acompañando a Francisco
Pizarro, con el encargo de predicar la fe entre los indígenas de las regiones
que se pensaba conquistar; pero el genio vivo de Valverde, su (1) Esta crónica fue escrita en
1969.
fanatismo religioso, su amor a
las cosas mundanas y su insaciable ansia de escalar posiciones políticas y
económicas, le apartaron de la senda pacífica del misionero, acercándolo
irremediablemente a la vorágine militar de la época.
José Gabriel Pino Roca dice de él
lo siguiente: Valverde, poseído de un falso celo, menos discreto que sus
compañeros, desde que puso pie en tierra americana se echó a la innoble tarea
de derribar Ídolos, destruir oratorios, quemar quipos, aconsejando el
exterminio de los contumaces idólatras. En cada indígena veía un servidor del
demonio y un condenado a las Calderas de Pepe Botero."
Con estas miras acompañó a
Pizarro en su viaje a Puna donde abusó sin límites, y luego a Tumbes y a
Cajamarca. Allí se acercó al Inca con un ejemplar de la Biblia que le ofreció
en obsequio. El Inca tomó el libro, lo olió, probó y puso al oído, sin mayores
resultados y lo arrojó al suelo desconcertado, pensando que se trataba de un
regalo vulgar y nada mágico por cierto. Gesto que fue aprovechado por el
dominico para lanzar a los soldados españoles sobre la indiada, rugiendo al
mismo tiempo los cañones y soltando numerosos mastines para que clavaran sus
afilados colmillos en las posaderas incásicas que corrían a más y mejor. Un
cronista de Indias ha escrito que en esos momentos. Fray Vicente, lleno de
ardor militar, azuzaba a los españoles gritando que no dieran planazos, sino
que hiriesen con las puntas de sus espadas.
Después de este episodio se hizo
poderoso señor, concurriendo a todos los actos sonados del Perú; lo vemos
actuando decididamente en el juicio contra Atahualpa, seguido por supuesta
rebelión, que terminó con su muerte, no sin antes haberse bautizado por manos
de Valverde, un bautismo sin fe - como lo dice el ilustre Cronista de Indias López
de Gomara – fue una humillación más, de las tantas que tuvo que sufrir en su
cautiverio.
FRAY VICENTE POR FUERA
En premio a tan brillante labor
militar Pizarro lo designó Obispo de San Miguel de Piura y con tal motivo
ocurrió la consagración de óleos en Lima, la mañana del lunes 29 de marzo de
1540, segundo día de Pascua de Resurrección, celebrándose esa tarde la primera
corrida de toros que registra la historia de Sudamérica.
Mas, los conquistadores, no
pudieron gozar por mucho tiempo de sus crímenes y comenzó la guerra civil entre
ellos. Primero Pizarro venció y condenó a la pena de muerte por garrote vil a
su rival el Mariscal Diego de Almagro; luego fueron los amigos de Almagro el
joven, hijo del anterior, los que vengaron la muerte de su antiguo jefe,
asaltando la tarde del domingo 26 de junio de 1541 la casa donde habitaba
Pizarro. A esa hora se encontraba alegremente departiendo alrededor de una bien
servida mesa con el Obispo de Quito, el Alcalde Juan de Velásquez y cosa de
quince amigos más, cuando entró a toda carrera un joven paje gritando "Los
de Chile vienen a matar al Marqués mi señor" - refiriéndose a Pizarro, que
se titulaba Marqués de los Atabillos. Todo fue confusión. Los amigos del viejo
conquistador empezaron a arrojarse por los corredores al jardín, otros se
descolgaban por los ventanales a la calle, contándose entre estos al Alcalde
Primero de Cabildo Juán de Velásquez, nada menos que cuñado de Fray Vicente
Valverde, no faltando individuos que sin hacer nada gritaban aumentando la confusión.
El único que no perdió ánimos y
decidió enfrentar al peligro fue el propio Pizarro, que terciada la capa a
guisa de escudo, sujetando su gloriosa espada en la derecha y mal ajustada su
coraza al pecho, se opuso a los doce caballeros armados hasta los dientes que
pugnaban por entrar a la pieza. Junto a él sólo tenia a su medio hermano Martín
de Alcántara, a Juan Ortiz de Zarate y a dos pajes inexpertos pero valientes;
Juan de Rada comandaba a los almagristas y viendo que el tiempo apremiaba en su
contra, arrojó a uno de los suyos empujándole contra Pizarro, éste trato de
contenerle logrando herirle el vientre, pero descuidó su flanco izquierdo y fue
alcanzado en el cuello por Martín de Bilbao de una certera estocada.
¡Jesús!, clamó la víctima que con
64 años encima ya no estaba para héroe y cayó al suelo, donde recibió varias
heridas de arma blanca y en ese trance pudo hacer una cruz de sangre con su
dedo índice y la besó. Juan Rodríguez Barragán le rompió en la cabeza una
enorme tinaja de barro hecha en Guadalajara y lo mató de contado. Alcántara y
los dos pajes también murieron, salvándose Ortiz de Zarate muy malherido.
Esa tarde apresaron a Juan de
Velásquez por ser pizarrista y lo trasladaron a la cárcel de Lima, de allí fugó
ayudado por su cuñado el Obispo Valverde y con una veintena de pizarristas
lograron escapar con dirección a Tumbes, donde esperaban ser recibidos por
personas leales a su bando, lo que no ocurrió. Y como la situación empeoraba,
Valverde decidió viajar con su séquito a Puna, sitio que por su condición de
isla creía inaccesible.
COMIDO VIVO POR LOS PUNAES
Tumbala había muerto meses antes.
Ese infeliz Cacique, jefe poderosísimo de la isla, vio en sus últimos años cómo
los españoles de Pizarro y Valverde pisoteaban las tradiciones, llegando al
extremo de derribar la estatua de piedra de TUMBAL, sacándolo del altar
circundante, donde se sacrificaba a los prisioneros de guerra en su honor.
Reinaba en la Puna hacia 1541 el
hijo mayor de Tumbala, llamado Don Diego Túmbala, nombre que le habían dado los
españoles pizarristas cuando lo bautizaron a la fuerza.
Y este Don Diego, guardaba feroz
venganza contra los españoles y muy especialmente contra Valverde, a quien
reconocía por el hábito negro y blanco de los Dominicanos, que siempre portaba.
Muy callado guardó su rencor. Pero mandó mensajes a toda la Isla para que se
aprontaran los guerreros sobre las armas y una mañana en que el Obispo estaba
cerca de la playa, en una cabaña de troncos, diciendo misa, se oyeron roncos
gritos y 400 guerreros salieron de la espesura y mataron a la mayor parte de
los asistentes a la ceremonia religiosa, con excepción de Valverde, al que
condujeron desnudo a la antigua capital.
Allí le tuvieron amarrado a unas
varas más de 10 horas, con el suplicio de la sed y el sol y cuando creyeron que
su resistencia estaba liquidada, comenzaron a darle tormento, arrancando su
piel en delgadas tiras, con filudas hojas de occidiana, sustancia cristalizada
y muy dura a la que es posible sacar filo y que utilizaban nuestros aborígenes
para diferentes menesteres.
El pobre Obispo lanzaba gritos
desgarradores viendo cómo, los más feroces indios mascaban su piel. Esta
macabra ceremonia duró tres horas hasta que expiró el Obispo, sin que lograra
calmar las iras de los feroces puneños que siguieron con el canibalesco festín,
asando el cuerpo de Fray Vicente a fuego lento, para devorarlo después en una
orgía. Y cuentan los entendidos que su Señoría estaba gordito y sabroso como un
lechón. ¡Bocatto di Cardinale, dirían los caníbales!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario