Por eso se compran los pasajes
con antelación, por medio de una agencia de turismo, dada la gran demanda que
existe de ellos. Su costo en sí no es caro, no pasa de los 35 dólares
incluyendo el derecho a escuchar los interminables discursos de un guía
bilingüe inglés y español.
El trencito amarillo de más de
diez vagones movido por una locomotora, pita y repita antes de partir. Adentro
se acomodan turistas de casi todas las nacionalidades del mundo; no se
encuentra peruanos, no les interesan sus ruinas o ya las han visto, y comienza
el viaje.
El panorama es cambiante y lleno
de emociones, se sale del Cusco y se llega al Valle Sagrado de los Incas que
baña el Vilcamayo o "Río del Sol”, después llamado Urubamba, que va por el
Amazonas a desembocar al Atlántico. Montañas nevadas, indios con ponchos y
cultivos andinos van dando paso a paisajes semi-tropicales de armoniosa
grandeza. De vez en cuando se divisa a lo lejos las llamadas "terrazas
andinas", construidas en lo más abrupto y empinado de las montañas para
cosechar la quinua, el olluco, el maíz y la papa, que produce la madre tierra o
"Pachamama". Estas terrazas evitan los efectos negativos de la
erosión y en algunos casos eran proveídas con tierras fértiles traídas de los
valles en canastas o mantas.
A eso de las once de la mañana y
luego de hacer una breve estación en un tambo donde se puede comprar riquísimos
choclos cocinados, de un tamaño descomunal, se llega al terminal del
ferrocarril y allí hay que esperar para subir a unos buses que trepan el cerro
a gran velocidad por la carretera zigzagueante "Hiram Bingham", con
la que se ha honrado la memoria del ilustre explorador americano que en 1911
casualmente descubrió las ruinas de Machupicchu en la selva. Esta carretera
sirve para probar los nervios de los más templados valientes, porque es una vía
estrecha, sinuosa y pendiente, la única para subir a lo alto de la montaña
donde se encuentran las ruinas. Una vez allí, ¡Oh sorpresa! aparece ante los
turistas una modernísima cafetería automática con comedor adosado y más atrás
un hotel de cinco estrellas, que siempre está copado porque dicen que la salida
del sol en Machupicchu es un espectáculo religioso sin par en el mundo y hay
gente que se queda hasta el día siguiente sólo por eso.
Nosotros, modestamente, sólo
habíamos ido por el día, así es que después de ingerir un refresco nos dejamos
llevar por un caminito ubicado al otro costado y que da la vuelta a la montaña
y luego de un corto trecho se presentó ante nuestros asombrados ojos la visión
más rara y dantesca del mundo, toda una ciudad fantasma, conservada tal como
fue construída hace tantos siglos, que realmente nadie sabe cuántos.
Machupicchu es un conjunto
arqueológico monumental, con calles y casas abandonadas donde no se escucha un
ruido ni se mueve una hoja; todo es de piedra, desde sus calzadas hasta sus
acequias, que en un tiempo entre 1538 y 1561 albergó a más de 2.500 habitantes,
miembros de la corte de Manco Inca II, que huyeron del Cuzco después de perder
la batalla de Sacsaywaman.
¿Qué hizo ese gentío en
Machupicchu durante 23 largos años? ¿De qué vivían? Estas y otras preguntas
sólo pueden ser contestadas a base de simples conjeturas. En 1911 Hiram Bingham
descubrió en el cementerio de Machupicchu 110 momias, de las cuales 82 eran del
sexo femenino, suponiendo que se tratarían de vírgenes del sol que Manco Inca
II llevó consigo para que no cayeran en poder de los españoles. Por otra parte
una serie de jardines colgantes o terrazas de cultivos que rodean a Machupicchu
hace pensar que de allí sacaban sus cosechas y que bien pudieron alimentarse de
modo tan ingenioso.
La ciudad está dividida en
barrios o complejos, tiene su reloj solar que aún existe y se puede tocar,
compuesto de una gran piedra graduada matemáticamente sobre una base para dar
con su sombra las horas del día. Tiene su plaza sagrada para las
conmemoraciones históricas y el ceremonial religioso, el Templo de las tres
ventanas está ubicado en lo más alto del conjunto, existe la tumba o mausoleo
real, la ventana de las sierpes, así llamada por las culebras venenosas que
encontró Bingham en su interior; la hermosísima portada de acceso o puerta
principal, un puente incásico que se dirigía a Chinchaysuyo y una mesa
funeraria complementan el conjunto que finaliza en el cementerio.
Machupicchu tiene todo lo
necesario y es una ciudad incásica como cualquier otra. ¿Entonces, cuál es su importancia
y porqué es tan visitada? La respuesta es simple; primero se trata de ruinas
muy bien conservadas, intocada hasta su descubrimiento en 1911 y desde allí
respetadas por el gobierno del Perú. Segundo, se trata de una ciudad - fortaleza,
símbolo de la resistencia nacional frente al invasor español que todo lo
atropelló en el antiguo Perú. Tercero, es tan especial su encaje natural en la
cima de la montaña, tan sutil su atmósfera y tan radiante el sol que la decora,
que visitarla es una experiencia religiosa más que turística y uno sale de ella
sobrecogido por la grandiosidad del paisaje y el respeto que inspira lo más
noble del pasado de la humanidad.
El regreso se hace por el mismo
tren, que llega al Cusco a eso de las nueve de la noche, cuando la ciudad ya
está dormida, la lluvia llora inclemente sobre sus oscuras y apagadas calles de
piedra y el frío hace temblar. Entonces cae bien una tacita de hirviente
infusión de coca, lo mejor que existe para el soroche y quién sabe para qué
otras cosas porque la coca es la hoja sagrada y mágica de los Andes. ¿Lo sabias
lector?
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