miércoles, 12 de diciembre de 2012

MACHUPICCHU

El viaje del Cusco a Machupicchu tiene todo un matiz de impresiones, reza una guía turística de por allí y es verdad. Comienza a las 5 y 1/2 de la mañana cuando lo despiertan a uno en el Hotel para que desayune a las 6 porque a las 6 1/2 sale el único tren que viaja diariamente a las ruinas, desde la estación de San Pedro, a pocas cuadras del centro de la ciudad y si se pierde el viaje, habrá que esperar el siguiente día.

Por eso se compran los pasajes con antelación, por medio de una agencia de turismo, dada la gran demanda que existe de ellos. Su costo en sí no es caro, no pasa de los 35 dólares incluyendo el derecho a escuchar los interminables discursos de un guía bilingüe inglés y español.

El trencito amarillo de más de diez vagones movido por una locomotora, pita y repita antes de partir. Adentro se acomodan turistas de casi todas las nacionalidades del mundo; no se encuentra peruanos, no les interesan sus ruinas o ya las han visto, y comienza el viaje.

El panorama es cambiante y lleno de emociones, se sale del Cusco y se llega al Valle Sagrado de los Incas que baña el Vilcamayo o "Río del Sol”, después llamado Urubamba, que va por el Amazonas a desembocar al Atlántico. Montañas nevadas, indios con ponchos y cultivos andinos van dando paso a paisajes semi-tropicales de armoniosa grandeza. De vez en cuando se divisa a lo lejos las llamadas "terrazas andinas", construidas en lo más abrupto y empinado de las montañas para cosechar la quinua, el olluco, el maíz y la papa, que produce la madre tierra o "Pachamama". Estas terrazas evitan los efectos negativos de la erosión y en algunos casos eran proveídas con tierras fértiles traídas de los valles en canastas o mantas.

A eso de las once de la mañana y luego de hacer una breve estación en un tambo donde se puede comprar riquísimos choclos cocinados, de un tamaño descomunal, se llega al terminal del ferrocarril y allí hay que esperar para subir a unos buses que trepan el cerro a gran velocidad por la carretera zigzagueante "Hiram Bingham", con la que se ha honrado la memoria del ilustre explorador americano que en 1911 casualmente descubrió las ruinas de Machupicchu en la selva. Esta carretera sirve para probar los nervios de los más templados valientes, porque es una vía estrecha, sinuosa y pendiente, la única para subir a lo alto de la montaña donde se encuentran las ruinas. Una vez allí, ¡Oh sorpresa! aparece ante los turistas una modernísima cafetería automática con comedor adosado y más atrás un hotel de cinco estrellas, que siempre está copado porque dicen que la salida del sol en Machupicchu es un espectáculo religioso sin par en el mundo y hay gente que se queda hasta el día siguiente sólo por eso.

Nosotros, modestamente, sólo habíamos ido por el día, así es que después de ingerir un refresco nos dejamos llevar por un caminito ubicado al otro costado y que da la vuelta a la montaña y luego de un corto trecho se presentó ante nuestros asombrados ojos la visión más rara y dantesca del mundo, toda una ciudad fantasma, conservada tal como fue construída hace tantos siglos, que realmente nadie sabe cuántos.
Machupicchu es un conjunto arqueológico monumental, con calles y casas abandonadas donde no se escucha un ruido ni se mueve una hoja; todo es de piedra, desde sus calzadas hasta sus acequias, que en un tiempo entre 1538 y 1561 albergó a más de 2.500 habitantes, miembros de la corte de Manco Inca II, que huyeron del Cuzco después de perder la batalla de Sacsaywaman.

¿Qué hizo ese gentío en Machupicchu durante 23 largos años? ¿De qué vivían? Estas y otras preguntas sólo pueden ser contestadas a base de simples conjeturas. En 1911 Hiram Bingham descubrió en el cementerio de Machupicchu 110 momias, de las cuales 82 eran del sexo femenino, suponiendo que se tratarían de vírgenes del sol que Manco Inca II llevó consigo para que no cayeran en poder de los españoles. Por otra parte una serie de jardines colgantes o terrazas de cultivos que rodean a Machupicchu hace pensar que de allí sacaban sus cosechas y que bien pudieron alimentarse de modo tan ingenioso.

La ciudad está dividida en barrios o complejos, tiene su reloj solar que aún existe y se puede tocar, compuesto de una gran piedra graduada matemáticamente sobre una base para dar con su sombra las horas del día. Tiene su plaza sagrada para las conmemoraciones históricas y el ceremonial religioso, el Templo de las tres ventanas está ubicado en lo más alto del conjunto, existe la tumba o mausoleo real, la ventana de las sierpes, así llamada por las culebras venenosas que encontró Bingham en su interior; la hermosísima portada de acceso o puerta principal, un puente incásico que se dirigía a Chinchaysuyo y una mesa funeraria complementan el conjunto que finaliza en el cementerio.

Machupicchu tiene todo lo necesario y es una ciudad incásica como cualquier otra. ¿Entonces, cuál es su importancia y porqué es tan visitada? La respuesta es simple; primero se trata de ruinas muy bien conservadas, intocada hasta su descubrimiento en 1911 y desde allí respetadas por el gobierno del Perú. Segundo, se trata de una ciudad - fortaleza, símbolo de la resistencia nacional frente al invasor español que todo lo atropelló en el antiguo Perú. Tercero, es tan especial su encaje natural en la cima de la montaña, tan sutil su atmósfera y tan radiante el sol que la decora, que visitarla es una experiencia religiosa más que turística y uno sale de ella sobrecogido por la grandiosidad del paisaje y el respeto que inspira lo más noble del pasado de la humanidad.

El regreso se hace por el mismo tren, que llega al Cusco a eso de las nueve de la noche, cuando la ciudad ya está dormida, la lluvia llora inclemente sobre sus oscuras y apagadas calles de piedra y el frío hace temblar. Entonces cae bien una tacita de hirviente infusión de coca, lo mejor que existe para el soroche y quién sabe para qué otras cosas porque la coca es la hoja sagrada y mágica de los Andes. ¿Lo sabias lector?

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