Cuando Pizarro llego a las
cercanías de Cajamarca tuvo el buen cuidado de enviar a dos de los suyos a
parlamentar con Atahualpa, que acepto recibirlo al día siguiente. Junto al Inca
estaba el General Rumiñahui, hombre viejo y experimentado, que había combatido
desde los tiempos de Huayna Cápac, que no creía en la sinceridad de los extranjeros
y aconsejaba desconfiar.
Llegado el momento de la reunión, el Padre Valverde se
adelantó y presentó una Biblia. Atahualpa la tomó con curiosidad y no sabiendo
de qué se trataba pensó que se estaban burlando con un regalo tan pobre,
indigno de su real persona y la arrojó al suelo. Entonces Valverde dio la señal
convenida y se realizó la mayor traición que registra la historia de Sudamérica
siendo apresado Atahualpa y muriendo muchísimos caballeros de su cortejo,
desprevenidos y desarmados sobre todo este último, que ha sido silenciado por
los historiadores.
Rumiñahui no se encontraba lejos
y al oír el ruido de la artillería española salió hacia el norte con cerca de
5.000 guerreros que tenia a su mando y sin ayudar a su monarca. Con esta tropa
llegó a Quito, capital del reino y llamándose apoderado del Inca depuso al
Cacique Cozopanga haciéndose entregar los tesoros. Poco después Atahualpa los
solicitó para pagar su rescate pero Rumiñahui se negó a devolverlos, aduciendo
que de cualquier forma el Inca moriría a manos de los extranjeros y que era
mejor conservar el oro lejos de tan ambiciosos hombres.
Un hermano de Atahualpa llamado
Illiscacha, en español Illescas, viajó a Liribamba, Capital de Puruhá y tomó el
oro del templo y del palacio, entregándolo a Fernando Pizarro que estaba cerca
de Cajamarca. Sin embargo no tuvo corazón para ver a su hermano en prisión y
regresó a Quito donde permanecían los hijos menores del Inca, con peligro de
muerte,por la ambición de Rumiñahui.
Cori Duchicela, hermana y mujer
de Atahualpa y señora de mucho entendimiento, vivía en Quito con su hijo mayor
Hualpa Cápac y cuando conoció la noticia de la muerte de su esposo, pidió a Rumiñahui
que la entierre junto al cadáver de Atahualpa, que había sido llevado de
regreso a Quito; luego se quitó la vida y con este motivo se oficiaron solemnes
honras a las que asistieron los parientes de la Casa Real y cuando todos
estaban embriagados, Rumiñahui apresó a Illiscacha amarrándole a una estaca y
delante suyo hizo pasar a cuchillo a más de 200 parientes consanguíneos de
Atahualpa, por el lado materno, exterminando a la alta nobleza indígena
quiteña.
A continuación acabó con los
hijos del emperador que eran muchos y con todas sus mujeres y concubinas que
pudieran estar embarazadas, finalizando con Illiscacha al que ahorcó con sus
propias manos y sacándole por entero la piel hizo un tambor sobre el que clavó
su calavera.
RUMIÑAHUI UNICO DICTADOR
Sin competidores por el momento, Rumiñahui
se sintió fuerte en sus crímenes y se hizo jurar y reconocer por soberano,
convirtiendo el templo del sol ubicado en la cima del monte Panecillo en un
verdadero harén. Más de cien doncellas de las primeras clases sociales del
reino de Quito, que allí vivían dedicadas a bordar y tejer telas para el Inca y
saludar al dios sol todos los días, pasaron en poco tiempo, de doncellas a
concubinas, cambiando sus papeles de vírgenes puras por señoras de un General,
que por algo era llamado "Cara de Piedra."
PICARDIA DEL CACIQUE DE OTAVALO
Mientras tanto las noticias
volaban por las sierras, unos contaban que Atahualpa había muerto en Cajamarca
y su cadáver había sido sepultado en Quito con los de sus parientes asesinados
por Rumiñahui; otros afirmaban que un grueso ejército de españoles se avecinaba
por el sur y en fin nadie sabía a qué atenerse y las gentes vivían en constante
zozobra, esperando encontrar a Rumiñahui o a los extranjeros en cualquier
momento.
Por el norte de Quito, en la
actual región de Imbabura, habitaba un inteligente y joven Cacique, Régulo de
los Indios de Otavalo, que discurrió hacer una buena pasada a sus vecinos los
de Caranqui. Hizo disfrazar a sus indios de españoles con ropas confeccionadas
a propósito y les montó sobre un numeroso grupo de llamas remedando en todo a
los extranjeros. Con ellos avanzó por la noche hasta Caranqui, donde es fama que
existía mucho oro, adelantando a varias familias que lloraban y huían de los
cristianos que los perseguían a corta distancia para matarlos.
Grande fue el susto en Caranqui y
algunos pensaban huir en tropel a pesar de lo avanzado de la hora; cuando, de
pronto, oyeron ruidos y vieron a lo lejos que el enemigo venía al galope en
medio de gritos de combate, lo que hizo que en pocos minutos no quedara un
indio en la población, huyendo a los montes vecinos y abandonando sus
pertenencias, que fueron robadas por el Cacique de Otavalo y sus seudos
militares que regresaron a Otavalo cargados de suntuosos bienes. Repuestos de
la sorpresa los fugitivos, se enteraron con espías de cuánto habla sucedido y
el Padre Juan de Velasco afirma que fue tanto su sentimiento, que hasta el
siglo XVIII, fecha en que el jesuita escribe su Historia, nada había que les
pudiera disgustar más que el recuerdo de esta aventura.
EL COTOPAXI DECIDE LA GUERRA
A todo esto Rumiñahui estaba en
Liribamba, capital de Puruhá, donde el Gobernador Calicuchima aumentó sus
fuerzas con 4.000 hombres; los Cañaris, en cambio se asustaron con su presencia
y enviaron delegados a San Miguel de Piura para implorar la ayuda de
Benalcázar, pues todo era preferible a la dictadura de Rumiñahui. Los españoles
avanzaron al Cañar en 1534 y poco después se avistaron los ejércitos, el
indiano y el cristiano, en Tiocajas, teniendo Benalcázar el buen cuidado de
hacerse guiar por los cañaris para no caer en los lazos y asechanzas de Rumiñahui,
que había preparado numerosas trampas de púas y lazos corredizos para
debilitarlo, descalabrando a los caballos.
Con Benalcázar combatían
numerosos españoles de los primeros conquistadores de Perú, entre ellos el
Capitán Juan de Ampudia, que hizo quemar vivo al Cacique Chapera, porque no le
quizo decir dónde tenía una supuesta cantidad de objetos de oro que se creía
que estaba ocultando. Enfrentados los ejércitos, la batalla fue reñidísima y
llego la noche sin que ninguno de los bandos se anotara la victoria y hubiera
sido fatal para los españoles de no haber ocurrido una erupción en el volcán
Cotopaxi, que a media noche se hizo sentir por medio de sordos ruidos
subterráneos que aterrorizaron a los indios y estos abandonaron el campo. Esta
fue la segunda erupción del Cotopaxi en menos de un año; la primera ocurrió la
víspera de la prisión de Atahualpa en Cajamarca.
Los españoles tampoco la pasaron
bien porque el terremoto y luego las lluvias persistentes y continuas cenizas
les hizo mal efecto, debilitando sus ya extenuadas fuerzas. Por esta época
Cachulima, señor de Cacha y hermano menor de Calicuchima, se convirtió al
cristianismo con el nombre de Marco Duchicela, dando ejemplo a los principales
señores de Puruhá, que le imitaron. Este Cachulima era hombre pacífico y
sensato, de escaso espíritu guerrero y amigo de la paz más que de cualquier
otra ocupación, querido y apreciado por todos. Con el paso del tiempo hizo
amistad con Benalcázar y teniendo éste que marchar a Colombia a conquistar El
Dorado, es fama que le preguntó: Cachulima, amigo mío ¿Qué regalos deseas?
Solamente que me dejes un
sacerdote en Cacha, para que adoctrine a los míos y nos ayude en el camino de
Dios....
Ante respuesta tan sencilla como
desinteresada, Benalcázar abrazó a Cachulima y le dejó un sacerdote franciscano
para que lo acompañare algún tiempo. De este Cachulima descienden los caciques
de apellido Duchicela, que hasta hoy se conservan en nuestra patria y se
titulan pretendientes al trono del Tahuantisuyo; cuando nada tienen que hacer
con los Incas, por ser emparentados con Atahualpa solo por la tama materna.
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