miércoles, 12 de diciembre de 2012

LOS CUATRO TESOROS DE ATAHUALPA


Cuando Pizarro llego a las cercanías de Cajamarca tuvo el buen cuidado de enviar a dos de los suyos a parlamentar con Atahualpa, que acepto recibirlo al día siguiente. Junto al Inca estaba el General Rumiñahui, hombre viejo y experimentado, que había combatido desde los tiempos de Huayna Cápac, que no creía en la sinceridad de los extranjeros y aconsejaba desconfiar. 

Llegado el momento de la reunión, el Padre Valverde se adelantó y presentó una Biblia. Atahualpa la tomó con curiosidad y no sabiendo de qué se trataba pensó que se estaban burlando con un regalo tan pobre, indigno de su real persona y la arrojó al suelo. Entonces Valverde dio la señal convenida y se realizó la mayor traición que registra la historia de Sudamérica siendo apresado Atahualpa y muriendo muchísimos caballeros de su cortejo, desprevenidos y desarmados sobre todo este último, que ha sido silenciado por los historiadores.

Rumiñahui no se encontraba lejos y al oír el ruido de la artillería española salió hacia el norte con cerca de 5.000 guerreros que tenia a su mando y sin ayudar a su monarca. Con esta tropa llegó a Quito, capital del reino y llamándose apoderado del Inca depuso al Cacique Cozopanga haciéndose entregar los tesoros. Poco después Atahualpa los solicitó para pagar su rescate pero Rumiñahui se negó a devolverlos, aduciendo que de cualquier forma el Inca moriría a manos de los extranjeros y que era mejor conservar el oro lejos de tan ambiciosos hombres.

Un hermano de Atahualpa llamado Illiscacha, en español Illescas, viajó a Liribamba, Capital de Puruhá y tomó el oro del templo y del palacio, entregándolo a Fernando Pizarro que estaba cerca de Cajamarca. Sin embargo no tuvo corazón para ver a su hermano en prisión y regresó a Quito donde permanecían los hijos menores del Inca, con peligro de muerte,por la ambición de Rumiñahui.

Cori Duchicela, hermana y mujer de Atahualpa y señora de mucho entendimiento, vivía en Quito con su hijo mayor Hualpa Cápac y cuando conoció la noticia de la muerte de su esposo, pidió a Rumiñahui que la entierre junto al cadáver de Atahualpa, que había sido llevado de regreso a Quito; luego se quitó la vida y con este motivo se oficiaron solemnes honras a las que asistieron los parientes de la Casa Real y cuando todos estaban embriagados, Rumiñahui apresó a Illiscacha amarrándole a una estaca y delante suyo hizo pasar a cuchillo a más de 200 parientes consanguíneos de Atahualpa, por el lado materno, exterminando a la alta nobleza indígena quiteña.

A continuación acabó con los hijos del emperador que eran muchos y con todas sus mujeres y concubinas que pudieran estar embarazadas, finalizando con Illiscacha al que ahorcó con sus propias manos y sacándole por entero la piel hizo un tambor sobre el que clavó su calavera.

RUMIÑAHUI UNICO DICTADOR

Sin competidores por el momento, Rumiñahui se sintió fuerte en sus crímenes y se hizo jurar y reconocer por soberano, convirtiendo el templo del sol ubicado en la cima del monte Panecillo en un verdadero harén. Más de cien doncellas de las primeras clases sociales del reino de Quito, que allí vivían dedicadas a bordar y tejer telas para el Inca y saludar al dios sol todos los días, pasaron en poco tiempo, de doncellas a concubinas, cambiando sus papeles de vírgenes puras por señoras de un General, que por algo era llamado "Cara de Piedra."

PICARDIA DEL CACIQUE DE OTAVALO

Mientras tanto las noticias volaban por las sierras, unos contaban que Atahualpa había muerto en Cajamarca y su cadáver había sido sepultado en Quito con los de sus parientes asesinados por Rumiñahui; otros afirmaban que un grueso ejército de españoles se avecinaba por el sur y en fin nadie sabía a qué atenerse y las gentes vivían en constante zozobra, esperando encontrar a Rumiñahui o a los extranjeros en cualquier momento.

Por el norte de Quito, en la actual región de Imbabura, habitaba un inteligente y joven Cacique, Régulo de los Indios de Otavalo, que discurrió hacer una buena pasada a sus vecinos los de Caranqui. Hizo disfrazar a sus indios de españoles con ropas confeccionadas a propósito y les montó sobre un numeroso grupo de llamas remedando en todo a los extranjeros. Con ellos avanzó por la noche hasta Caranqui, donde es fama que existía mucho oro, adelantando a varias familias que lloraban y huían de los cristianos que los perseguían a corta distancia para matarlos.

Grande fue el susto en Caranqui y algunos pensaban huir en tropel a pesar de lo avanzado de la hora; cuando, de pronto, oyeron ruidos y vieron a lo lejos que el enemigo venía al galope en medio de gritos de combate, lo que hizo que en pocos minutos no quedara un indio en la población, huyendo a los montes vecinos y abandonando sus pertenencias, que fueron robadas por el Cacique de Otavalo y sus seudos militares que regresaron a Otavalo cargados de suntuosos bienes. Repuestos de la sorpresa los fugitivos, se enteraron con espías de cuánto habla sucedido y el Padre Juan de Velasco afirma que fue tanto su sentimiento, que hasta el siglo XVIII, fecha en que el jesuita escribe su Historia, nada había que les pudiera disgustar más que el recuerdo de esta aventura.

EL COTOPAXI DECIDE LA GUERRA

A todo esto Rumiñahui estaba en Liribamba, capital de Puruhá, donde el Gobernador Calicuchima aumentó sus fuerzas con 4.000 hombres; los Cañaris, en cambio se asustaron con su presencia y enviaron delegados a San Miguel de Piura para implorar la ayuda de Benalcázar, pues todo era preferible a la dictadura de Rumiñahui. Los españoles avanzaron al Cañar en 1534 y poco después se avistaron los ejércitos, el indiano y el cristiano, en Tiocajas, teniendo Benalcázar el buen cuidado de hacerse guiar por los cañaris para no caer en los lazos y asechanzas de Rumiñahui, que había preparado numerosas trampas de púas y lazos corredizos para debilitarlo, descalabrando a los caballos.

Con Benalcázar combatían numerosos españoles de los primeros conquistadores de Perú, entre ellos el Capitán Juan de Ampudia, que hizo quemar vivo al Cacique Chapera, porque no le quizo decir dónde tenía una supuesta cantidad de objetos de oro que se creía que estaba ocultando. Enfrentados los ejércitos, la batalla fue reñidísima y llego la noche sin que ninguno de los bandos se anotara la victoria y hubiera sido fatal para los españoles de no haber ocurrido una erupción en el volcán Cotopaxi, que a media noche se hizo sentir por medio de sordos ruidos subterráneos que aterrorizaron a los indios y estos abandonaron el campo. Esta fue la segunda erupción del Cotopaxi en menos de un año; la primera ocurrió la víspera de la prisión de Atahualpa en Cajamarca.

Los españoles tampoco la pasaron bien porque el terremoto y luego las lluvias persistentes y continuas cenizas les hizo mal efecto, debilitando sus ya extenuadas fuerzas. Por esta época Cachulima, señor de Cacha y hermano menor de Calicuchima, se convirtió al cristianismo con el nombre de Marco Duchicela, dando ejemplo a los principales señores de Puruhá, que le imitaron. Este Cachulima era hombre pacífico y sensato, de escaso espíritu guerrero y amigo de la paz más que de cualquier otra ocupación, querido y apreciado por todos. Con el paso del tiempo hizo amistad con Benalcázar y teniendo éste que marchar a Colombia a conquistar El Dorado, es fama que le preguntó: Cachulima, amigo mío ¿Qué regalos deseas?
Solamente que me dejes un sacerdote en Cacha, para que adoctrine a los míos y nos ayude en el camino de Dios....

Ante respuesta tan sencilla como desinteresada, Benalcázar abrazó a Cachulima y le dejó un sacerdote franciscano para que lo acompañare algún tiempo. De este Cachulima descienden los caciques de apellido Duchicela, que hasta hoy se conservan en nuestra patria y se titulan pretendientes al trono del Tahuantisuyo; cuando nada tienen que hacer con los Incas, por ser emparentados con Atahualpa solo por la tama materna.

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