viernes, 30 de noviembre de 2012

GIGANTES DE SUMPA

En la actual península de Santa Elena llamada Sumpa en tiempos prehistóricos, gobernaba el Cacique "Tumbe" y a su muerte lo sucedió su hijo segundo "Otoya", que dejóse llevar por los más bajos, sentimientos y tiranizó a la región convirtiendo a los pobladores en víctimas de sus excesos.

Los hombres realizaban trabajos forzados y las mujeres engrosaban su harén, pero una mañana divisaron enormes balsas que se acercaban a la playa y fondearon en medio mar; de ellas bajaron enormes hombres que al tocar el agua aun sobresalían de la cintura para arriba y caminando a la playa se acostaron a reposar y roncaban tan alto y fuerte que por poco desgajaban las ramas de los más cercanos árboles, (1)

ANDANZAS DE LOS GIGANTES
Horas después y ya despiertos, no encontrando cosa alguna de comer en los alrededores, fueron a un prado cercano y dieron buena cuenta de más de cien llamas, tomaron de las patas y las mataron en un santiamén. Con troncos de mangles hicieron una fogata, medio cocinaron sus carnes y las devoraron. Bien se conocía que llegaban con hambres atrasadas porque no contentos con eso arrasaron con frutas, verduras y legumbres en un radio de dos kilómetros a la redonda, sin encontrar seres humanos, porque los sumpeños habían tenido la buena idea de subirse a los más lejanos árboles, a contemplar la escena.

(1) La leyenda de los gigantes de Santa Elena se funda en el mito de una invasión muy antigua, posiblemente de origen Chimú, procedente del norte del Perú, donde existían indios de gran talla y corpulencia.

El mejor plantado súbdito de Otoya no llegaba ni a la barbilla de un gigante, cuyos dedos eran del grosor de un tronco de guasango y desde ese día pasaron a ser esclavos de estos nuevos señores, iguales o peores que Otoya, quienes construyeron fortalezas de grandes dimensiones desde donde salían en sucesivos viajes a devastar los contornos, acabando con sembríos, rebaños y poblaciones para satisfacer su voraz apetito. Nada les llenaba, una sementera era poca cosa, necesitaban más y como eran jóvenes y juguetones, cierto día apresaron a Otoya y en son de broma le dieron muerte cruel y así terminó este desgraciado príncipe.

VORACIDAD DE COMER Y BEBER
También fabricaron redes para pescar cientos de peces en cada ocasión, alejando los cardúmenes de Santa Elena. De un sorbo bebían el agua de los pozos construidos por los naturales y se vieron forzados a construir otros nuevos, mucho más grandes y profundos, que aún existen a la entrada de la población. Y así, en estas andanzas, los gigantes vivieron algunos meses sin problemas hasta que notaron con cierta desazón que se habían olvidado de traer a sus mujeres, a las que posiblemente dejaron abandonadas en alguna otra zona del planeta e iniciaron una sistemática persecución entre las hijas de los habitantes de la península, que no sabían qué hacer con estos incómodos huéspedes. (2).

Ignoro y ni siquiera llego a imaginar como habrá sido el amor entre tan descomunales seres con las mujeres de la región. Los antiguos aseguraban que el más simple abrazo las trituraba como obleas y que una mínima caricia les rompía los huesos. Lo único cierto es que la cosa no progresó por imposibilidad física, y entonces los gigantes, lejos de conservarse castos y puros, se dedicaron a hacer el amor entre ellos, a vista(2) Hasta aquí se ha seguido los relatos originales conservados a través del cronista José Gabriel Pino Roa entre otros, de la población, con lo que incitaron a la divinidad en su cólera y cierta mañana, memorable en los anales de la región de Santa Elena, Dios se dignó componer el error cometido al enviar a los gigantes para libertar a los sumpeños de Otoya, mandando esta vez al Arcángel San Miguel con su espada de fuego, que exterminó a los intrusos rápidamente, volviendo las cosas a la normalidad.

ORIGEN DE LA LEYENDA
Desde los albores de la conquista española numerosos habitantes de la zona de Santa Elena al arar las tierras de sembrío descubrían enormes muelas, quijadas, costillas y osamentas que atribuyeron a restos humanos prehistóricos. Nada más fácil que achacar estos huesos a seres enormes fallecidos en remotas épocas y así surgió la leyenda de los gigantes, recogida por Cronistas de tanta importancia como Agustín de Zarate, Cieza de León y los padres Acosta y Oliva, para mencionar solamente a unos cuantos.

En 1736 el Sargento Mayor Juan del Castillo llevó a Quito una singular muela de cinco libras de peso, igual a la de un hombre, pero mucho mayor. Esta muela formó parte de una valiosa colección de fósiles hallados en Santa Elena y no hubo títere con cabeza en la ciudad capital que se quedara sin contemplar y palpar tan descomunal pieza dentaria, nunca vista ni soñada y nadie dudó que hubiera pertenecido a un gigante.

El propio del Castillo exhibía en su poder una certificación notarial obtenida en Guayaquil, donde se informaba que la quijada de donde sacó tal muela media tres cuartas partes del tamaño del cuerpo de un hombre normal.

Otro descubridor de muelas prehistóricas en Santa Elena fue el Capitán Juan de Olmos, que concluyó sus observaciones asegurando la existencia de seres gigantescos cuyo porte sobrepasaba a cuatro hombres. Igualmente, en 1550, se descubrió cerca de la actual población un lote de muelas de una libra cada una y tuvo varias en su poder el cronista Oliva.

Mas la moderna investigación ha llamado a desengaño a los estudiosos de nuestro folclor, porque habiéndose enviado a Europa y Norte América estos restos, nos han venido como única respuesta que son de una especie extinta de “mastodonte andinun”, cuyo peso y tamaño concuerda con la talla atribuida a los gigantes y debieron existir en gran número, en la época terciaria hasta principios de la cuaternaria, por aquella zona.

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