lunes, 3 de diciembre de 2012

CABALLEROS INCAS

En 1533 Atahualpa estaba prisionero en Cajamarca y después de entregar parte del tesoro ofrecido por su rescate se convirtió en un estorbo para los españoles, que temían sus iras si lo liberaban, así es que decidieron sacrificarlo. Al comunicarle la inicua sentencia de muerte, con lágrimas en los ojos les preguntó el Inca que en qué había delinquido él, sus mujeres o sus hijos y por supuesto nadie le pudo responder.


La sentencia debía cumplirse en la hoguera, muerte por fuego, que no se acostumbraba entre los Incas del antiguo Perú, donde creían que el espíritu del sol, transmitido de padres a hijos entre los Incas desde Manco Cápac y Mama Ocllo, escapaba del cuerpo del Inca difunto solamente al ser enterrada la cabeza y entonces volaba al del heredero reinante.

Esto no lo sabían los españoles y al ser requeridos por Atahualpa con el bautizo, optaron por concederle esta gracia y la muerte por asfixia, pues ya no era hereje. De esta manera se preservó la Divinidad de los Incas a sus descendientes.

Al otro día del suplicio cundió la mala nueva por Cajamarca y los Orejones y las mujeres lloraron tendidos en el suelo, las ropas desgarradas, las mejillas arañadas y los cabellos sueltos, en señal de luto. Pizarro había decidido avanzar al Cusco con sus cuatrocientos ochenta castellanos, perros, caballos, corazas, mosquetes, culebrinas y haciendo el mayor ruido posible como signo de poder. Con él iba también el recio Capitán Calicuchima, recostado en hamaca dorada y sobre los hombros de sus faquines y un joven de no más de 15 años, de aspecto tonto y esmirriado, llamado el Inca Toparca, por ser de los últimos hijos de Huayna Cápac, a quien Pizarro acababa de proclamar emperador, imponiéndole las insignias de su rango.

Primero atravesaron la provincia de Guacamachuco y llegaron a Andamarca donde sostuvieron las primeras guazabaras en plena serranía y en Jauja el pobrecillo de Toparca murió a manos de sus súbditos, que no quisieron reconocerlo.

Y la marcha continuó y poco después supieron que el indómito Quisquís los esperaba con sus hombres para tomar venganza por lo de Atahualpa, entonces decidieron desprenderse de Calicuchima y lo hicieron arder en las llamas; pues ya no lo necesitaban. Luego prosiguieron su camino, al encontrar el ejército de Quisquís recibieron la sorpresa de saber que otro hijo de Huayna Cápac, llamado el Inca Manco, había resuelto aliarse con los cristianos y pasarse a su bando, dejando a Quisquís sin gentes.
Manco Inca a veces parecía tímido y a veces audaz, era dúctil y político, podría ser utilizado mientras no constituyera un peligro, y luego se lo sacrificaría como a los anteriores.

Pizarro se enteró que los soldados de Quisquís habían regresado al Cusco y estaban desvalijando templos y palacios de sus planchas de oro y plata y que existía el pillaje por toda esa región; entonces ordenó avanzar a marchas forzadas y ocupar la vieja capital, que encontró parcialmente destruida y "en medio de un silencio solemne, apenas turbado por el vuelo de ciertas aves nocturnas y agoreras."

"Y vinieron días de quietud, de transformación de templos del sol en iglesias de Cristo, los indios dejaban hacer como bestias perezosas incapaces de reaccionar, mientras en las altas sierras Quisquís esperaba el día de la venganza". Y estando en Vilcas, Pizarro se enteró que el Cap. Pedro de Alvarado había desembarcado en Coaque, para disputarle el dominio de esos territorios y mandó a Diego de Almagro a contenerlo.

Mientras tanto fundó la ciudad de los Reyes a la vera del río Rimac o Limac, actual capital de Perú, donde colocó el llauto imperial sobre la frente de Manco Inca II, a quien mandó al Cusco para que gobierne sobre unos cuantos de sus vasallos, bien cuidado por soldados españoles que no le dejarían obrar en libertad. Entonces Manco Inca II comenzó a conspirar y hasta se fugó por tres veces, siendo aprehendido otras tantas y puesto en prisión, pero como no era tonto logró convencer a Hernando Pizarro que sólo él sabía el sitio exacto donde se encontraba una estatua gigantesca de oro y que si lo dejaba salir se la traería, así es que con esta infantil treta logró fugarse a Yurcay donde se hizo fuerte por mucho tiempo, sin que pudieran sus enemigos capturarlo; después se lanzó contra el Cusco pero no pudo tomarlo y retirado a los bosques empezó a vagar por entre los roquedos, sin punto fijo ni acción concreta, hasta que un día recibió una misiva de Diego de Almagro, ofreciéndole su espada contra Pizarro y se unieron en el odio al Marqués, pero el 26 de Abril de 1538, perdieron la batalla de Salinas, que selló la suerte de Manco Inca II casado con su hermana la Colla Rabba Ollo.

Su hijo Sairy Túpac fue bautizado con el nombre de Diego y cuando llegó a la pubertad casó con la Colla Cusí Huarcay bautizada como Doña Beatriz Clara Colla Inca, por ser hija de Huáscar y de su hermana Mama Huarcay Coya.

Doña Beatriz fue agracidad por el Rey Felipe III con el señorío del Valle del Yurcay en el Perú y llegada a la pubertad fue casada en el Cusco por mandato del Virrey Toledo, con un sobrino nieto de San Ignacio de Loyola, llamado Don Martín García Oñez de Loyola, quien era Caballero de la Orden de Santiago y Capitán General del Reino de Chile y existe un cuadro al óleo en la Catedral del Cusco donde aparecen ambas familias con elegantes vestiduras y en el momento de la solemne ceremonia. Loyola murió a poco en Chile, peleando contra los Araucanos y su viuda crió a la única hija de esta unión llamada Doña Ana María Colla Inca de Loyola, a quien Felipe IV confirmó en el título de pariente mayor de los caballeros incas del Perú e hizo I Marquesa de Santiago de Oropesa y quien casó con Don Juan Francisco de Borja y Enríquez de Almansa, perpetuando en su descendencia el Marquesado de Oropesa, el señorío del Valle del Yurcay y la primogenitura de los Incas peruanos; sin embargo, al morir su nieta Doña Teresa Enriquez de Almansa sin sucesión, recayeron los derechos sobre el Tahuantinsuyo en los descendientes del Inca Tupac Amaru, también hijo de Manco Inca II, que vivían en el Perú y se apellidaban Condorcanqui. A este real linaje perteneció en el siglo XVIII el Cacique don José Gabriel Condorcanqui, que ha pasado a la historia de América como Tupac- Amaru.

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